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JOSÉ SMILG

Es demasiado joven como para vivir en el hogar. José Smilg con sus 80 años es un joven (un cachorro) y está en buena forma. Antes los judíos alemanes iban ya a los 60 años a San Miguel pero hoy es diferente. Sin embargo el hombre con los ojos felices va de visita al Hogar Adolfo Hirsch más a menudo que otros. No es sorprendente, porque desde unos años es el presidente de la comisión directiva.

© Tim Hoppe

© Tim Hoppe

Aparte de los asuntos de la administración, una vez por semana da una charla sobre los viajes que hace con su mujer, a Europa pero también a regiones argentinas. Muchos de los residentes esperan con ansiedad a estas charlas y no se pierden ní una. Eso le halaga y José Smilg sonríe cuando piensa en ello. «Es una linda sensación cuando la gente se lo agradece a uno. Es agradable.» Para eso se le ocurre una hermosa palabra en alemán: Herzpinseln (acariciar al corazón). ¿ Si esta palabra sigue siendo usada en Alemania? No lo sabe. Alemania está muy lejos.

Abandonó Alemania hace 71 años. Desde entonces estuvo allí muy a menudo, pero solo de visita. Hoy ya no quiere vivir en Alemania. «Me he alejado en todos esos años. Soy argentino» dice, pues después de todo llegó al país con 12 años, estudió en la Argentina, se casó, tuvo y educó a sus hijos.

Para el hijo de un periodista judío no hay un futuro en la Alemania de los años 30

Nace en Ludwigslust en la provincia de Mecklenburg el 15 de Mayo de 1925. Poco después la familia se muda a Berlin. Pero el pequeño Josef no tiene tiempo para convertirse en un auténtico berlinés. Para el hijo de un periodista judío, que de paso también escribe para el periódico Weltbühne de Carl von Ossietzky, no hay un futuro en la Alemania de los años 30. Eso lo comprendió aunque recién tenía ocho años. A fin de cuentas despiden a su padre como redactor en jefe de un diario berlinés en los primeros días de Marzo del 1933. Él quiere protestar contra el despido pero cuando le amenazan de llevarlo a un campo de concentración todo está claro: la joven familia tiene que abandonar Alemania.

El pequeño Josef tiene que dejar atrás casi todo lo que ama

Camuflados como veraneantes, el padre, la madre y el hijo viajan con solo dos valijas a París. El pequeño Josef tiene que dejar atrás casi todo lo que ama. «En Berlin yo tenía un cuarto grande soleado con un tren magnífico. En el curso de los años me lo he vuelto a comprar pieza por pieza, pero nunca fue lo mismo.» En París la familia vive en una sola habitación siempre con la esperanza que esa fantasmagoría pase pronto. Se quedan cuatro años en Paris hasta que también allí la situación se pone demasiado peligrosa.

«Yo no me quedo aquí. Europa se esta encaminando hacia una guerra.»

En 1937 viene la esperada llamada de Buenos Aires, pero sólo para el padre. «A mi madre y a mí no me quisieron dar una visa», recuerda José Smilg. Las preocupaciones que les da la situación desde hoy parecen lejanas. «Mi madre dijo, «Aquí no me quedo. Europa se está encaminando hacia una guerra.» En el atlas ve que Montevideo en Uruguay queda muy cerca de Buenos Aires y es allí donde ella quiere ir. Tres meses más tarde parten de Le Havre con una simple visa de turista para tres meses en dirección a Montevideo. Para el pequeño refugiado la travesía es una gran aventura. De niño no podía entender la dimensión de todo esto, dice hoy.
La esperanza de la madre para un reencuentro con su marido fue frustrada pocas semanas después del arribo. «Gente benevolente nos dijo: «Su marido nunca va a poder mandarle una llamada. Va a tener que cruzar clandestinamente la frontera cruzando el Río Uruguay, en la noche y la niebla. Mucha gente lo hace.» Con un niño de 12 años a su lado – para la madre es una idea terrible. Pero las cosas se desarrollan diferentemente. Una casualidad especial esperaba a la familia Smilg .
El padre de José había escrito libros sobre historia en Alemania, entre otros, uno sobre la revolución rusa.
Una vez un inglés le preguntó si le podía firmar algunos libros, ya que quería donarlos al Eton College. «Mi padre asintió, los firmó y se los mandó de vuelta.» Ya estando en el exilio francés el padre trató de tomar contacto con este hombre en Inglaterra. Al principio sin éxito. Pero de repente sí le llegó una carta. En ella le dice que está muy lejos, en América del Sud, en Montevideo y lamentablemente no le puede ayudar. José Smilg recuerda cómo continúa la historia y se le puede ver en la cara el placer que tiene al recordarlo: «En Montevideo, mi madre espera la llamada desde la Argentina, y un día, aunque no entiende una palabra de español, ve un nombre en un diario, y es el nombre de este inglés. Le pide a la gente de la pensión que se lo traduzcan. Y allí no decía otra cosa que «el embajador de su majestad británica …» Y ella dijo, «Si es así, este nos tiene que llevar a la Argentina». Enseguida le mandó el artículo a su marido. «Dos días más tarde un Rolls Royce estaba parado frente a la pensión con un chófer en librea. Nos llevó a la embajada y en el mismo día estuvimos en Buenos Aires.» Un final casi de película de una historia de escape alemana.

La vida no fue más fácil en el exilio argentino

Pero después de la llegada al exilio argentino la vida no fue mas fácil. Su padre, el periodista, nunca volvió a poner pies en tierra bien. Pero le posibilitó todo a su hijo. Así fue que el pequeño Josef para empezar se convirtió en el judío alemán con el nombre de José, que hoy es argentino y fiel asociado de la AFI desde 1952 y es presidente del hogar para los judíos de habla alemana en San Miguel, el Hogar Adolfo Hirsch.