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FREDY ROSENBERG

Fredy Rosenberg está sobreagotado. Por eso se aloja como huésped en el Hogar Adolfo Hirsch. Aquí quiere descansar y recuperarse. Padece de una enfermedad del sistema nervioso central. Las órdenes del cerebro ya no son transportadas a las piernas. Ahora tiene que hacer kinesiología para quedar con una buena condición. Espera volver a su casa «con un bolso lleno de esperanza».

© Tim Hoppe

© Tim Hoppe

«Árboles aquí hay muy pocos.»

En casa, significa La Falda en Córdoba. Le gusta vivir allí, pero en su viejo país era más lindo, dice. «Àrboles aquí hay muy pocos». Cuando dice eso, compara La Falda con la Selva Negra donde, si bien no vivía allí, había pasado muchas vacaciones con sus padres y con su hermana mayor de tres años.

El padre de un día al otro se queda sin trabajo

Fritz Harold Rosenberg nació el 18 de Septiembre de 1923 en Hamborn, cerca de Duisburg como hijo de un exitoso dueño de cines y de su elegante esposa. Diez años más tarde, en Marzo del 1933 la Gestapo viene a buscarlo. Le obligan a vender sus 11 cines. El pequeño Fritz siempre estaba muy orgulloso de los cines y del Lancia de su padre. Era rojo, con capota abierta. También el auto pertenece al pasado glorioso, porque el padre de un día al otro se queda sin trabajo. Pero la familia tiene que vivir de algo. Entonces el padre compra los derechos de un medicamento contra la diabetes, para distribuirlo en Francia. Encuentra a un asociado y la familia se muda a Estrasburgo. Un día, así lo recuerda su hijo que hoy tiene 82 años, tienen que irse de Francia. Eran demasiados los judíos que cruzaban los confines clandestinemente, así se dice.

Entonces la familia se muda a Kehl, un pueblo directamente del otro lado de la frontera. De allí el padre cruza diariamente la frontera y los negocios siguen funcionando. Llega un momento en que al padre no le permiten pasar la frontera. Entonces va la madre. Luego tampoco a ella se lo permiten y entonces mandan a la empleada a buscar el correo. También Fritz va de vez en cuando. Recuerda: «Cuando crucé la frontera el aduanero alemán me preguntó si tengo una relación familiar con Alfred Rosenberg (teórico nazi) y allí le dije: «Gracias a Dios no». Era tan tonto. Nos hubiera podido costar mucho». Pero no pasó nada.

«Bajo Hitler también había gente muy decente.»

Más tarde, en 1937 a Fritz, que entretanto había cumplido 17 años, lo mandan solo a Besançon para que aprenda francés. «Eso para mí, como hijo, fue muy muy duro». La hermana está en Inglaterra. Cuando ya sabe un poco de francés va a la École d’Industrie Hotelière, una escuela de hotelería en Estrasburgo. Ahora no está muy lejos de sus padres, pero no puede verlos.
Después de la noche de los pogromes el director de la escuela le hace ir a su oficina para decirle que a su padre lo llevaron al campo de Dachau. Solamente porque su socio francés les amenaza a los alemanes que ya no pagaría más las cuotas mensuales para la licencia del medicamento, el padre queda libre a las tres semanas. Los alemanes necesitaban las divisas, dice Fredy Rosenberg. Él conoce todas estas historias a través de relatos, pero también durante ese tiempo él está en contacto con sus padres.

Los padres ahora quieren abandonar el país de todos modos. El padre se acuerda de un primo que vive en Buenos Aires. Este contesta a la carta que le llega de Alemania, que el país no necesita comerciantes y que tiene que presentar otro oficio. Entretanto la guerra está en plena marcha y la situación de los Rosenberg se pone cada vez más difícil. Viajan a Bad Peterstal en la Selva Negra donde la familia iba a menudo a pasar los fines de semana. Allí los padres descansan porque allí no los persiguen. «Bajo Hitler también había gente muy decente.» dice Fredy Rosenberg y se acuerda de muchos encuentros positivos que les permitieron a sus padres salir de Alemania ilesos.

Un día la familia despierta y se da cuenta que los motores del buque están parados

Pueden quedarse en una granja, donde no les falta nada. Fredy Rosenberg tiene que reírse cuando se acuerda que su padre, «el experto del cine» en ese lugar hasta trabajaba en el campo. Además llegan a conocer a un hombre que puede establecer un contacto con una imprenta en Offenbach. Este tipógrafo escribe una carta que documenta que el ex dueño de cines es un técnico. Falsifica un sello de la compañía con la cruz esvástica. Con este documento el padre va al consulado argentino y, según el hijo. «naturalmente eso funcionó».
La abuela de Fritz vive en Suiza. El hijo y los padres se escriben a través de esa dirección. Por este camino sus padres le ordenan que viaje a Italia porque quieren emigrar a la Argentina desde Génova. Cuando Fritz sale de Francia le ponen un sello en su pasaporte que no le permite volver a entrar a Francia durante 10 años. Poco después, comenta Fredy Rosenberg mas de 65 años más tarde y mientras relata esto se le sigue viendo el susto, que entra un aduanero italiano en uniforme en el vagón «y eso me revolvió el estómago». Tiene miedo. Con razón, porque éste le exige que se baje en la próxima estación. En la aduana le dicen que le falta una visa. «Yo les dije, que había ido al consulado italiano en Lyon y que me habían dicho que como ciudadano alemán no necesitaba una visa. Entonces me dice el aduanero, «sí, como alemán no necesita una visa, pero como judío, sí». Ahora no puede volver a Francia y a Italia tampoco le permiten ir. Fritz le convence al aduanero de llamar a la compañía de navegación para convencerse que no tiene la intención de quedarse en Italia. Y en efecto le permite viajar en el próximo tren a Génova. Los padres entretanto hacía rato que estaban en la estación para poder abrazar a su hijo luego de dos años, «y el que no viene es su hijito». Fredy Rosenberg, adulto desde hace mucho, siempre tiene que volver a reírse cuando relata esta historia, porque sabe que al final todo termina bien. Cuando llega a la estación un changador al que sus padres le habían mostrado una foto de su Fritz lo reconoce y realmente puede llegar al hotel en el que pasan la noche. «Y así volví a encontrarme con mis padres luego de dos años. Y lo primero que me dice mi padre es «debes ir al peluquero». Pero lo que es realmente importante es que la familia abandona Génova al día siguiente y con eso también Europa.
Un día por la mañana la familia se despierta y se da cuenta que los motores del buque están parados. Les entra el susto en el cuerpo porque tienen miedo que se lo lleven al padre de a bordo. Al final resulta que los franceses se llevaron a dos espías alemanes.

El 6 de Marzo de 1940 se termina el susto. Llegados a Buenos Aires Fritz Harold se convierte en Fredy Rosenberg y casi con la misma velocidad Fredy consigue trabajo. La Asociación Filantrópica lo coloca en el Alvear Palace Hotel. Aprende el castellano en poquísimo tiempo y sin embargo al principio se siente muy descolocado. Hasta hoy algunas costumbres, maneras de ser argentinas para él siguen siendo extrañas.

Durante todo el tiempo está estrechamente relacionado con la AFI

Un día los padres leen en el «Argentinisches Tageblatt» de la venta de un hotel en Domíngues, una población judía en la provincia de Entre Ríos. Fredy Rosenberg ríe, porque «no se podía comparar en absoluto con el Alvear Hotel». Hay un solo cuarto de baño para todos. «Uno no se lo puede imaginar hoy en día». Luego de un año los padres le piden a Fredy que venga a Domíngues para ayudarles con el trabajo. Y él va. Luego se casa, se muda a Santa Fé y tiene dos hijas. La vida sigue su curso. Y durante todo el tiempo está estrechamente relacionado con la AFI. El vínculo es tan fuerte que festeja sus bodas de oro en el Sheraton, la «casa seis» en el Hogar Adolfo Hirsch. Y ahora vuelve a estar aquí. Su enfermedad y ese cansancio increíble es naturalmente una señal de que no va a poder estar mucho tiempo sin ayuda externa. Pero su mujer aún no está lista como para mudarse definitivamente a San Miguel. Pero si en algún momento realmente no hay otra alternativa «para mí no hay nada mejor».