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ILSE ALTMANN

Sentada en la silla de ruedas de la habitación número 117 sonríe con picardía. Dice: en este momento soy la mas joven. A Ilse Altmann siempre le gusta bromear. No le da mucha importancia ni al pasado ni al presente, ni qué hablar de tomar las cosas al pie de la letra. Su larga vida tuvo un transcurso turbulento y emocionante. Si se acordara de todo y tomara hasta el último detalle en serio, a lo mejor no podría estar de tan buen humor.

© Tim Hoppe

© Tim Hoppe

Ilse Altman nace en Berlin el 14 de octubre de 1910 con el nombre de Ilse Margarete Zirker. Lo deletrea: „Z I R K E R“ y vive en el norte de la ciudad, „cerca de Gesundbrunnen, hasta que emigra en 1938“. Como fue la niñez y la juventud? No se acuerda demasiado. Supone que buena.

„Cumplí con todo, salvo la descendencia aria.“

Estudia odontología en la Universidad de Berlín. „Aprobé todos los exámenes con 1 (la mejor nota). Cumplí con todo, dice, salvo la descendencia aria.“ Cuando termina con sus estudios, los nacionalsocialistas hace rato que están en el poder. De ahí en adelante trabaja en el consultorio de un dentista judío como asistente hasta que él también pierde su habilitación con el seguro prepago. Ilse Altman cuenta que los pacientes, todos trabajadores, venían igual y casi siempre pagaban una módica suma. Poco tiempo después, su jefe deja el país „y muere enseguida: al día siguiente“. ¿Cómo? ¿Qué es lo que cuenta? „Si, fue muy triste“ dice y sin mas palabras continúa: „entonces seguí trabajando un tiempo en secreto y luego el consultorio fue cerrado“. Lo cotidiano en Alemania nazi.

Mi marido iba de noche a caminar por el campo para que no lo fueran a buscar

Dice que no tiene recuerdos del nacionalsocialismo porque “gracias a Dios no nos tocó personalmente. Mi marido naturalmente iba de noche a caminar por el campo hasta el amanecer, para que no lo buscaran “. Ella cuenta esto, como si nada. Sí, miedo tenían, que se los llevaran en noviembre del 1938. ¿Si éste era Altmann? ¿O el otro, el primer marido? Ya no se acuerda tan bien. Aquí revolotean los recuerdos. ¿Cuando se casó? „Eso quisiera saberlo yo también“ dice y vuelve a sonreír. Pero luego parece acordarse. „Altmann“. Hace una pequeña pausa „si, lo conocí a Altmann, allí en al Hospital Judío, donde fui para aprender asistencia médica, porque en Inglaterra necesitaban enfermeras“. Allí es donde quería emigrar. El hombre con el que en realidad se quería casar era otro.“Él emigró antes que yo. No teníamos el dinero suficiente para los dos pasajes. Por lo tanto tuve que quedarme atrás“. En el trayecto a los EEUU éste conoce a un americano de origen alemán que luego le presentó una pariente, „una muchacha muy bonita“, dice. Ella tenía mucho dinero y “entonces mi marido naturalmente se casó con esta muchacha y me dejó plantada“. Pero visto hoy, no fue tan grave. Y ríe. „Y yo no podía ir ni para aquí ni para allá“. En este momento tiene que haber decidido ir sola a Inglaterra. Y es allí donde se encuentra con este Altmann. Pero su novio no quería dejar el país por su madre enferma. Cuando muere la madre la pareja se encamina a América del Sud.

En su historia no hay lugar para las emociones

A la madre de Ilse tienen que dejarla atrás en Alemania. „Ella murió. Cuando yo hubiera podido sacarla, es decir, cuando yo tuve un permiso de ingreso para ella, ella ya no pudo salir del país“. Ella relata y relata, pero no habla de sus sentimientos. Ilse Altman pierde muchos parientes en la Shoa. Su hermano se salva en Inglaterra, otros escapan a China „y a los lugares más extraños. Y de allí algunos pudieron llegar hasta los EEUU“. Para empezar logra junto a su marido llegar hasta Bolivia. Pero no sabe exactamente, si realmente fue Altmann con el que emigró. „No, no se llamaba Altmann, ¿como se llamaba?“ Está desconcertada, pero todo el tiempo tiene esa sonrisa en la cara. Luego dice: “aparentemente tuve toda una selección de hombres“.

Pero sí, aquel, con el que se fue a Bolivia, era Altmann, el hombre con el que evidentemente se casó. En Berlin, dice. Y allí vivieron un tiempo juntos, antes de emigrar. Se acuerda que dejaron el país con un barco de la compañía Hamburg-Süd, y mientras relata, le viene a la mente una „linda historia“. „Para llevar el equipaje al barco teníamos que entregarlo el día anterior en lo de un señor muy amable. Mi marido saca su billetera y dice: „esto es lo único que tengo“ y se lo alcanza y el señor le dice, „No sea mas papista que el Papa. Guárdelo.“ Luego quisimos tomar una taza de café. Mi marido saca la billetera y adentro había un billete de mil marcos. Si el hombre hubiera visto eso, esos mil marcos, habría sido el fin para nosotros.“ Semanas después llegan a Chile y de allí toman el tren a Bolivia, porque Bolivia es el único país que les otorga un permiso de ingreso.

Les va mejor y mejor

Un ginecólogo amigo del hospital israelita de Berlín, que también emigró con su familia a Bolivia les propone a Ilse y a su marido de ir juntos a Sucre, donde él va a tomar posesión de un cargo. En Sucre se las arreglan, venden „salchichas, queso, etc“, y todo sin hablar una palabra en castellano. Con el tiempo aprenden el idioma, y les va mejor y mejor. Pero luego el marido sufre „una grave inflamación en el pecho y nosotros no teníamos dinero para comprar los remedios“. Un farmacéutico judío vienés les ayuda. „no podíamos hacer mucho pero sobrevivió“. Luego deciden ir al campo. Allí viven casi „como en la selva“ en una colonia judía. A la pregunta de cómo se sintió, dice lacónicamente „eso no tenía importancia. Lo principal era que estábamos afuera. Nadie le prestó atención a nuestros sentimientos“. Todo era extraño para ella, todo era diferente. Su marido trabajaba en la colonia en la oficina y ella trabajaba por las mañanas como dentista y por las tardes asistía al médico. También atendían a los indígenas. Todos los días cuenta, „estaban parados en la cola y querían medicamentos. Venían con cajitas de fósforos y allí le poníamos un par de pastillas“

Hasta la frontera van a pie

La vida en Bolivia es demasiado extraña para Ilse Altmann. El baño era un agujero bajo cielo abierto. „No había otra cosa alrededor que árboles. Rústico“. Y luego dice con un poco de orgullo, „siempre digo, yo emigré como la gente. Eso ya era algo especial.“ Pero la vida en la selva no le ofrece una perspectiva a la joven pareja. Quieren ir a la Argentina. Y así van hasta la frontera a pie. Ilse está embarazada de un mes. Caminan tres días y tres noches en la selva. Luego sigue el viaje en tren. „Teníamos dinero, pero no nos atrevimos a cambiarlo“ por miedo de que los descubran. Viajan tres días en tren sin comer y sin beber. „Casi nos morimos de hambre“, recuerda „y entonces vino un camarero con una gran bandeja con café y pancitos. Bueno, nunca en mi vida comí así“, y le brillan los ojos.

Por el largo viaje tenían un aspecto descuidado y haraposo, así que los dueños de la pensión donde van debaten entre ellos si les alquilan una habitación a los jóvenes alemanes. „Veníamos del tren, completamente sucios y hambrientos. Pero nos tomaron, y vivimos por mucho tiempo con ellos.“ Pero con la hija recién nacida los Altmann se mudan a un departamento propio y se instalan en su nuevo hogar. Aquí Ilse Altmann ya no se siente tan extraña. La Argentina es „totalmente europea“ dice. Ya no trabaja como dentista. De allí en adelante se ocupa de su hija mientras el marido trabaja. „Nos hemos aclimatado completamente“.

Un buen día fallece su marido. Y ella vive sola. En Palermo, un barrio de Buenos Aires, tiene un departamento al que añora desde que tiene que vivir en el Hogar Adolfo Hirsch porque ya no puede caminar. Allí vive su pareja, Oberholzer. También él un judío alemán.

Alemania es historia

¿Sigue siendo Alemana, después de todo lo que le pasó? Cuenta que estuvo en Alemania, y todo fue muy agradable. No puede decir nada negativo. No quiere extenderse sobre ello. Alemania es historia. ¿Entonces es Argentina? Ilse Altmann lo ve de la misma manera en que ha encarado toda su vida. La cuestión de la identidad no es importante para ella. „Alemana o Argentina, me da lo mismo“.