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IRMA FRANK

„O vamos todos a la Argentina o nos quedamos aquí“. Eso dice el padre de Irma Eiser en 1938 a su hija, porque la joven despierta, que es una entusiasmada sionista, en realidad quiere emigrar a Palestina. Pero que la familia, su padre, su madrastra y sus dos hermanos menores se queden en Alemania sólo por ella, esa carga no se la quería llevar, dice. „No podía permitir que toda la familia terminara en la desgracia“. Así que todos juntos viajan a la Argentina. Hace 67 años que vive en este país, que en aquel entonces le parecía tan extraño y tan lejano.

Foto: Tim Hoppe

Foto: Tim Hoppe

Irma nació como la primogénita el 5 de Julio de 1917 en el pequeño pueblo de Harff cerca de Colonia. La madre muere al dar a luz a su hermano. Entonces el padre al principio se queda solo con sus hijos. Hasta que vuelve a casarse. Irma incluso hoy habla con gran calidez de su segunda madre. Cuando Irma a los trece años se va a vivir con su tía en Holanda, porque de allí ella puede ir al colegio en bicicleta, sigue teniendo un contacto estrecho con la madrastra. Mas de 75 años después la anciana sentada en su silla deja colgar levemente los hombros. Sus ojos se ven cansados. Al mismo tiempo una sonrisa aparece en su cara. „Todo el tiempo me mandaba cosas y tejía. Oh! Era una buena segunda madre.“

Yo era sionista de alma y corazón

En el colegio comercial y de economía doméstica en Soest en Holanda aprende muchas cosas útiles. „Reparar teléfonos. Allí aprendíamos de todo“. Pero antes de terminar el curso, la madrastra propone ir a la Argentina. Ya temprano estaba muy claro para la familia Eiser que no podía quedarse en Alemania. Boicotean el negocio de la madre y ella ya no ve un futuro en ese país. Irma está en un conflicto. „Ya tenía los documentos para Palestina, ya había aprendido Ivrit, Hebreo. Era sionista de corazón y alma“. Pero se decide por la familia, por Buenos Aires. El jefe de la Jewish Colonization Association (JCA) es un buen amigo del tío berlinés de Irma. „A través de él conseguí la llamada. Funcionó dentro de ocho días“, recuerda hoy con 92 años. La familia ya había conseguidos los documentes antes. Tarda otras tres semanas, hasta que reciban los pasajes para el barco. La familia viaja vía Hamburgo a Bruselas, donde se encuentran con Irma. „Me subí al barco, fui a buscar a mi hermana y fuimos a pasear. Eso fue en febrero del 1938“ Compra cigarrillos en reserva. „Fumaba mucho“.

Entre los emigrantes cundía el miedo a traficantes de blancas

En el curso de la travesía resulta que eso había sido una decisión sabia porque viajan cinco semanas y “no podíamos bajar del barco. En ningún lugar“. En el barco conocen a una señora gorda que hablaba yiddish. „Ella quería llevarnos a mi hermana y a mí consigo. Mi madre se puso como una furia“. Entre los emigrantes cundía el miedo a traficantes de blancas. Irma se acuerda que la madre le decía: „De ninguna manera, quién sabe lo que quiere hacer con ustedes.“ Muchas jóvenes judías que viajaban solas a la Argentina, habían desaparecido, eso se contaban. Y así se explica que los funcionarios en Buenos Aires no querían dejar bajar a Irma del barco, porque como mujer soltera era sospechosa. „Estuve tres días sola en el barco. Sin mis padres, sin los parientes, me acuerdo lo inquietante (siniestro) que me parecía“. El presidente de la JCA (Jewish Colonization Agency), un señor Rubin, tuvo que venir como garante para ella.

Dejar atrás Alemania no fue terrible para ella, dice. „Yo ya no tenía ninguna relación con Alemania“. El padre lo extrañaba, ella no. Para ella todo eso era una aventura. La JCA mandó a la familia a una pensión. „Esa se llamaba Ohrwaschl“, dice y le causa risa. „Eso ya dice todo“. La pensión está llena de bichos. „Pulgas, chinches, de todo“. A la madre le roban un reloj de oro. „¡Oh! Ahí nos pasaron muchas cosas“. Pero para la joven todo eso no fue razón para desesperarse. Irma está decidida de tomar el toro por los cuernos en su nueva vida.

También allí viven al principio en forma primitiva

Un día, caminando por la calle Corrientes con su madre se quedan paradas frente a una confitería y ven una torta de queso en la vidriera, „nos movió el piso“. Su madre quiere comer un pedazo y no sabe cómo hacer para que la entiendan. No habla castellano. Irma sale corriendo a su casa y busca el libro: 1000 palabras en castellano. Y cuando con la ayuda del libro y con mucho trabajo dice lo que desea, la vendedora detrás del mostrador les dice: „¿por qué no me hablan en alemán? Yo entiendo alemán“. La ciudad está llena de inmigrantes alemanes. También en Entre Ríos viven muchos judíos alemanes - en comunidades de la JCA. Allí viaja Irma junto a su familia ocho días después de su llegada a la Argentina. También allí al principio viven de manera muy primitiva. „Allí también había tantas chinches, tantas chinches!“. Exclama y aún hoy le sigue repugnando. „¡Oh! ¡Terrible!“ La JCA les pone a su disposición una casa, pero aparte de eso no tienen nada. „¡Nada! Sofás. Mi mamá había comprado dos sofás en Hamburgo antes de viajar. Allí dormíamos los tres. Era deplorable. ¡Deplorable“. Y sin embargo, dice, todos estaban contentos „de estar en otro sitio, de no estar en Alemania, porque en Alemania no nos esperaba nada bueno.“
Les ponen diez caballos a su disposición y diez vacas. „Prestado, todo prestado“ Aprende a ordeñar. Aprende a cabalgar. Y conoce a un joven que le gusta mucho. Se llama Heinrich Stern. „Con él me casé“ dice y se acuerda con mucho placer de un gran casamiento y de las 15 tortas que pusieron en el gran horno de piedra para hornear, todas al mismo tiempo. Eso fue en 1939, „un nuevo comienzo“, dice y „pese a todo lo pasamos muy bien“.

En la comunidad judía encuentra ayuda y consuelo

19 años más tarde Irma, su marido y su hijo Juan Manuel se mudan a Buenos Aires. A Juan Manuel lo mandan a una escuela técnica muy conocida, para que „salga del ambiente“, según dice. Compran una casa en Ramos Mejía, un suburbio de Buenos Aires. Su marido compra un camión y de allí en adelante comercia con carne y embutidos. El negocio va bien, los clientes lo aprecian mucho. Pero un día cambia todo. „Mi hijo y mi marido tuvieron un accidente en la casa, en el garaje. La casa se incendia y „mis dos hombres estaban en el hospital“. Su marido muere en el hospital a causa de sus quemaduras y el hijo tiene que tratarse intensamente durante un año. Un choque terrible y un tiempo duro para Irma Stern. En la comunidad judía encuentra ayuda y consuelo. Visita al templo y en el curso de los años establece amistades estrechas con otros judíos alemanes. Se casa por segunda vez. También su segundo marido, Ludwig Frank, es alemán judío. Con personas argentinas no tiene mucho contacto, aunque hasta el día de hoy tiene muy buena opinión sobre los argentinos.

Habla con entusiasmo de la calidez de los argentinos

Aunque la Argentina cambió los planes que inicialmente tenía, hasta ahora está contenta y feliz de no haber ido a Palestina. El nuevo país le gustó desde el principio. Habla con entusiasmo de la calidez de los argentinos. „El alemán no es tan jovial como el argentino“, dice. Siempre la trataron bien. Le proporcionaron un hogar y por ello está agradecida. Sin embargo, como todos los de su generación, sigue siendo alemana. El hogar para judíos de habla alemana Adolfo Hirsch es su hogar desde hace nueve años. Aquí tiene una habitación con sus propios muebles. Aquí se ocupan de ella. No tiene que cocinar, no tiene que ocuparse de lavar su ropa y cuando se enferma, la enfermería está en el mismo edificio. „Aquí me siento segura“ dice con una sonrisa radiante. Aquí se cierra el círculo de su vida.
„La semana pasada tuvimos un pianista aquí“, cuenta „uno no quería pensar que terminara de tocar. Tocaba tan bien. Cosas que uno conocía bien“. Esos son los buenos recuerdos de Alemania. Las canciones populares. Y ella cantaba con él, dice y sonríe y despacito añade, „pero solo dentro de mí“.

Irma Frank falleció el 29 de enero de 2006 a la edad de 88 años en el Hogar Adolfo Hirsch.