„Puedo perdonar, pero no puedo olvidar. Imposible. No lo puedo“. Ilse Grünewald está sentada en su silla junto a la mesa en su bonita pequeña habitación en el Hogar Adolfo Hirsch y mira con esos ojos tristes y bondadosos dentro de si. Se acuerda del tiempo pasado en Seelze, un pueblo cerca de la ciudad de Hannover. Allí ellos eran los únicos judíos. „Quiero perdonar, pero es difícil“. El recuerdo del tiempo en Alemania a veces le pesa como una roca. „Mire, yo nací allí, mis hermanos nacieron allí. Vivíamos allí y de repente todo terminó“.
Con eso quiere decir que las personas con las que compartía su vida cotidiana desde su nacimiento en Abril del 1914, de un día al otro se apartaron de ella y su familia. „La gente tenía miedo de hablar con nosotros“. Sólo una amiga, la hija del director del colegio tuvo la valentía de apoyarla. Hasta hace poco seguía teniendo contacto con esta amiga, pero ahora las dos son demasiado ancianas como para escribir.
„Soy, como dice Goebbels, una canalla?“
Piensa en Seelze y las humillaciones vuelven a hacerse sentir: „¿Quién soy? Soy, porque Goebbels lo dice, una canalla“ ¿Soy eso?“ Antes éramos ciudadanos honrados y ahora éramos chanchos“. La tristeza es tan profunda, que ella solo puede contar su historia lentamente. „Yo me sentía muy alemana. Era socia de la Asociación Alemana de Gimnasia hasta que en 1933 todo el club se hizo socio del partido de los nacionalsocialistas. No se hace una idea de lo rápido que me echaron.“ Hasta ese momento se sentía bien y plenamente como en su casa. Pero el nacionalsocialismo le quitó todo eso.
La joven pareja tiene un futuro incierto por delante
Cuando los nazis les quitaron el negocio a sus dos hermanos, ella ya vivía con su marido en Hannover, donde poco mas tarde también la despidieron del trabajo que tenía. De allí en adelante trabaja como mucama. No le quedaba otra cosa. „No es que me avergüence de haber trabajado como mucama, seguro que no. No podíamos hacer otra cosa. No nos dejaban.“ Pero después de poco tiempo la joven pareja no aguantó más en este país hostil y empieza a organizar la emigración.
Para conseguir un así llamado permiso, sobornan al cónsul. Un amigo holandés les presta el dinero. „No podíamos pagar nada. Ya no teníamos nada. Sólo podíamos llevar 10 marcos con nosotros. Éramos más sucios que los cerdos!“ exclama y aún 67 años más tarde se siente su indignación. „Al final ya no teníamos miedo. Todo nos daba igual, lo único que queríamos era irnos“
Antes del 9 de Noviembre de 1938 consiguen el anhelado permiso de salida del país. Ella está en avanzado estado de embarazo. „Era terrible“. La joven pareja tiene un futuro incierto por delante.
Los ojos se le llenan de lágrimas
La madre de Ilse Grünewald en este momento había fallecido y el padre vive con su segunda mujer y su hija en Sydney. Sus dos hermanos mueren. El último día, antes de que los norteamericanos liberaran el campo de concentración en el que su hermano menor estaba internado, „ lo balearon dentro de una zanja“. Un amigo que sobrevivió el campo de concentración, lo vio. „Nos dijo: „a Berthold le tocó“. Los ojos se le llenan de lágrimas, pero no puede llorar. Lo que le pasó al hermano mayor no lo sabe. Pero está segura que también él „quedó en el campo“.
Finalmente la trataron como un ser humano
Con la incertidumbre de lo que la espera tiene que osar un nuevo comienzo en la Argentina. Contra lo que esperaba no tuvo dificultades, porque la Asociación Filantrópica Israelita se ocupó de todo. Y finalmente la volvieron a tratar como un ser humano, con respeto, aunque ella y su marido tuvieron que comenzar sin tener nada, dice. Junto con un amigo viven en un cuarto alquilado, en una esquina la hornalla de kerosene en la otra las camas. „Pero lo logramos”. Lo dice, muy orgullosa. Sus ojos vuelven a brillar. La Argentina es su nueva patria. Y ahora hace seis años que está viviendo en el Hogar Adolfo Hirsch. Vino aquí por su marido, pero él hace ya un tiempo que falleció. La bisabuela de 12 niños se siente muy feliz en San Miguel. „Aquí hay algunas personas que se quejan del hogar, pero la gente anciana siempre se queja“, dice y se sonríe. Pero ella sabe lo valioso que es este lugar para ella.
Ya no quiere pensar más en Alemania, llega un momento en el que hay que borrar el pasado, dice. „Puedo perdonar, pero no puedo olvidar y cuando pienso en Alemania me pongo mal“.