Ella en general no participa en las actividades del hogar como escuchar música, plantar flores o actuar en el teatro. No necesita compañía porque tiene a Andrea, su acompañante argentina. Herta Kretzig está muy contenta con ella. Está sentada en su viejo sillón, con una mano acaricia la otra y se dirige a Andrea, que está sentada en su cama y que está de acuerdo con ella. Herta Kretzig tiene una mirada soñadora y feliz. Hace ya dos años que esta señora mayor vienesa vive en San Miguel. Tuvo que venir porque sufre del corazón, según cuenta. Para una mujer como ella que hasta la edad de 89 años siempre vivió independiente y por último vivía en Vida Linda, un edificio de departamentos en la capital y que viajó mucho, esta nueva vida es un gran cambio.
„Todo era muy terrible. Teníamos mucho miedo.“
Su vida cambió radicalmente a los 23 años de edad con la anexión de Austria por Alemania nazi. La joven técnica dental teme por su seguridad. Todos los días. „Había que tener mucho cuidado, cuando uno salía y cuando uno quería sentarse en algún lugar“, dice. „Todo era muy terrible. Teníamos mucho miedo.“
Relata como un día a ella y a su novio los detienen „en la plaza de San Esteban (Stephansplatz)“ justo cuando salen de la embajada argentina. Como prisionera judía ella tiene que limpiar los servicios en un cuartel. Pero más tarde la dejan en libertad porque un oficial cree que es cristiana. La joven sabe que tiene que dejar el país. Familiares en los EEUU le quieren posibilitar el ingreso. Pero ella no quiere ir allí porque sus padres no pueden ir con ella. „Porque mi madre era checa y mi padre polaco, y a ellos no los dejaban entrar. Entonces vine aquí.“ Se embarca en 1938. Su novio previamente había mandado una llamada.
Esta vez es un buen principio
Cuando llega a Buenos Aires el 26 de Septiembre, tres días después de su cumpleaños, la joven pareja tiene que casarse al día siguiente para que ella pueda quedarse. En el registro civil número uno se dan el sí y así comienza su nueva vida. Pero esta vez es un buen principio.
Inmediatamente se siente bien. Todo era mejor que quedarse en Austria, responde a la pregunta si el comienzo le costó. No hablaba una palabra en español. Pero aprende de prisa a hablar el idioma „con la radio y el diario“. Para ella las argentinas y los argentinos son „corteses y amables“, pero en realidad casi siempre está en compañía de judíos austríacos con los que emigró.
„Con la AFI no tuve contacto. No. Creo que nosotros éramos los primeros emigrantes que vinieron de Austria en grandes números .“ Tenía amistad con muchos de ellos. Pero entretanto los sobrevivió a todos. „90 años son mucho“, dice y ríe. Cada tanto usa palabras en castellano en su relato. Luego de tantos años el idioma se le metió en carne y hueso.
„Fue muy difícil para mí que mis padres no pudieran emigrar al mismo tiempo que nosotros“
Luego continúa en alemán. Llegaron desde Trieste. Pero de esto hace mucho tiempo. Nunca tuvo nostalgia por Austria. Para ella la emigración fue una liberación.
Tuvo un hijo pero recién quedó feliz cuando pudo hacer venir a sus padres y a su hermana. Hacía un tiempo que la guerra se había desatado en Europa. Su familia llega „en el año 42“, como lo llama ella, „después de mucho trabajo. Terrible. Fue muy duro para mí, que mis padres no pudieran emigrar al mismo tiempo que nosotros.“
Viena para ella ya no es su patria
Luego de un año Herta Kretzig vuelve a dar a luz, esta vez es una una niña. En Buenos Aires no ejerce su antigua profesión. En cambio ayuda en el negocio de su marido, cose cortinas y se ocupa de los niños. La hija va a colegios argentinos. Por eso domina el español cada vez mejor. Para ella es importante hablar bien el español. Eso se lo debe a la Argentina. En definitiva la Argentina fue el único país que los dejó entrar a ella y a su familia, dice. Hasta hoy se siente muy vinculada al país y lo llama „mi pago“.
Viena ya no es su tierra. Estuvo allí dos veces. En la calle Zirkusgasse 21 estuvo parada delante de la puerta de entrada, pero no tocó el timbre. „Acá había algo que dijo que no.“ Estando mentalmente delante de la vieja puerta de entrada de su casa, de repente vuelve a hablar español. Cuando se da cuenta, tiene que reír y traduce el sentido de lo que dijo, „tuve miedo“. Pero no dice porqué.
Con su acompañante habla solo en español porque Andrea es argentina y no entiende alemán. También por eso a Herta Kretzig le cuesta relatar en su lengua natal. Con Andrea habla sobre todas las cosas que la preocupan. Especialmente sobre las cosas cotidianas. Por eso ella no necesita buscar compañía en el hogar. Pero sí es importante para ella ir junto con Andrea tres veces al día al comedor. Allí están sentadas juntas y comen y a veces la anciana dama vienesa charla con otras personas residentes del hogar. Cuando terminan la comida vuelven a su habitación. También allí hay mucho que hacer, dice Herta Kretzig y mira a Andrea y sonríe. Aunque Andrea no entiende alemán, asiente, acaricia la espalda encorvada de la anciana dama. Herta Kretzig ríe. También Andrea ríe.