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RUTH VOGEL

«¡Ruth Anker, la bella judía!» dijo un maestro que la reconoció cuando hace unos cuantos años visitó Hamburgo. Eso la alegró mucho. También se alegró que no haya sido olvidada en la ciudad, de la que ella dice que la ama. Eso es lo primero que dice. «Amo a Hamburgo.» Eso es lo primero que se le ocurre cuando piensa en la historia de su larga vida. Le cuesta contar. La memoria le falla. Tiene 91 años. Le cuesta acordarse de todo, pero sus sentimientos están muy presentes.

© Tim Hoppe

© Tim Hoppe

Ruth Vogel es una mujer muy orgullosa

Nace el 13 de Octubre de 1914 en Hamburgo. En medio de la primera guerra mundial. Recién llega a conocer al padre cuando la guerra había terminado. «Todo reconocí en mi papá. Pero su cara no.» La familia de industriales Anker vive en la calle Woldsenweg en el barrio de Eppendorf. La fábrica estaba en Barmbek. El padre «fabricaba cosas». Qué cosas exactamente, eso ya no lo sabe. Era un hombre capaz. „Tan capaz como lo es hoy mi hijo». Ruth Vogel es una mujer muy orgullosa. Está sentada todo lo erguida que puede en su silla de ruedas. Cuenta lo lindo que era en Eppendorf. «Jugábamos en la calle.»

Las paredes de su habitación en el geriátrico están llenas de cuadros del artista hamburgués Heinrich Stegemann. Paisajes, vistas urbanas. Escenas de un tiempo pasado. Recuerdos de buenos tiempos. Recuerdos de su ciudad natal. Pero con la toma de mando de los nazis finaliza la vida idílica. » Mas tarde la fábrica fue expropiada», dice y se puede entrever lo dura que fue esa pérdida para la familia Anker.

Sucedieron situaciones, dice ella

La pequeña Ruth Anker, la bella jovencita, al principio va al colegio Klara-Lehmann, y luego va a un colegio para niñas de buena familia y más tarde al colegio Lichtwark. «En esa época ya no había lindas experiencias» dice. Pero luego cuenta de una amistad con una maestra, «se llamaba Else Wragel y su marido se llamaba Muchow, un hombre my conocido». Esa amistad para ella es muy importante, hasta hoy. Dice que en ese momento les iba muy mal. Sucedieron situaciones, dice. Qué es lo que significa eso, no lo dice. Pero cuenta que en esos malos tiempos Else Wragel y su marido fueron buenos con ellos. «El echarpe que yo tenía puesto esta mañana, ese lo había tejido ella.» La amistad duró hasta la muerte de la amiga.

En 1933 la joven Ruth Anker viaja a Londres, tenía 19 años. Quiere aprender ingles y fotografía. Vuelve a Hamburgo aunque la situación para los judíos empeora constantemente. Pero es allí donde están sus padres. Y además llega a conocer a su marido en Hamburgo. «Lo conocí al borde del río Alster». Su cara se torna juvenil, ríe y cuenta que ella le habló. «Yo sabía que se llamaba Vogel y entonces me acerqué a él desde atrás y le dije, «buenas tardes, señor Vogel» y él se alegró y nos dimos cuenta que los dos justamente habíamos viajado con el mismo vapor del río Alster». Y entonces ella lo invitó «lo que no se hace, eso no está bien», dice y aún hoy está orgullosa de su osadía. Se enamoran, por la noche pasean por el río Alster y se casan en 1936.

Se quiere acordar sólo de las cosas buenas. No le quiere dar lugar a la tristeza

Poco después Hermann y Ruth Vogel deciden emigrar. Los dos hablaban muy bien inglés. Además toman clases de español. Hacen todos los preparativos sin problemas. «Un señor Samson, también judío, trabajaba en el negocio de mi padre, y él nos ayudó.» Como la madre de Ruth está muy enferma los padres al principio se quedan en Alemania. Ruth y Hermann Vogel viajan a Londres y de allí toman un buque para Buenos Aires, Argentina. ¿Cómo fue para ella la despedida de sus padres, como se sintió? Esto no lo considera, a estas preguntas las borra. Quiere acordarse sólo de las buenas cosas. No le quiere dar lugar a la tristeza

«No soy nada, tampoco alemana»

Una vez llegados a la Argentina la prima de su padre los espera. Están contentos aún cuando las condiciones de vida son humildes. La prima se ocupa mucho de ellos y también los argentinos «siempre fueron corteses y amables». Ruth Vogel trabaja como fotógrafa. Su marido es empleado en una oficina. Cuando sus padres llegan más tarde viven todos juntos en un departamento. En el Hogar Adolfo Hirsch cuentan que también fue maestra del Colegio Pestalozzi. De eso no habla. En cambio cuenta que siempre se sintió bien en la Argentina. Sin embargo no se siente como Argentina. «No soy nada,» se detiene. Su voz se quiebra cuando dice, «tampoco alemana, porque me echaron». Como cucarachas los trataron en Alemania. «Nos echaron». Le quitaron su amado Hamburgo pero lo que le quedó es su identidad judía, «me siento muy judía.» A ella le hubiera gustado ir a Palestina en ese momento pero su marido no quiso. Sin embargo la Argentina también es un buen lugar. «Finalmente volvimos a tener un hogar». Pero ahora en su vejez, los recuerdos pesan fuertemente sobre ella. Y entonces sufre porque ya no puede ir más a Hamburgo a visitar a los amigos.

«No se es judío o cristiano, se es un ser humano»

Viajó muy a menudo a Hamburgo porque no siente rencor contra Alemania o contra los alemanes. «Hace poco lo charlé con amigos y estábamos de acuerdo, no se es judío o cristiano, se es un ser humano. Y mi familia sobrevivió. Tuvimos suerte.» Pero no es por eso que tiene una relación positiva con Alemania, dice y se alegra. «Es porque amo tanto a Hamburgo.»