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INGE WOLF

«Nací en Berlin-Moabit en el año mil novecientos quince.» Así comienza a relatar la menuda y fina dama berlinesa, que desde hace 71 años ya no es berlinesa. No, ella es Argentina, dice. Y eso es inconfundible, porque al contar mezcla los idiomas y a veces realmente le cuesta acordarse de las palabras alemanas. Su hermana nació mas o menos al mismo tiempo que ella. Son descendientes de la adinerada dinastía de las grandes tiendas Max Giesen. Ese fue su abuelo por parte materna. «Era muy conocido en Berlin» según recuerda ella, «porque siempre hacía muchas obras buenas.»

© Tim Hoppe

© Tim Hoppe

Una mujer con decisiones claras

Hacer buenas obras parece haber sido su motivación, cuando hace mas de 20 años decidió trabajar como voluntaria en el Hogar Adolfo Hirsch. Se convirtió en una chica de los jueves, porque todos los jueves salió para San Miguel. Estaba a cargo del kiosko. «Porque todas las cosas comerciales siempre me interesaron y allí me instalé.» Lo tiene en su sangre. Ya a los 15 años dejó la escuela, porque quería hacer un aprendizaje en el negocio del abuelo. «Hice el aprendizaje allí en el mismo momento de la toma de poder de los nazis.» En ese momento ya estaba casada. Una mujer con decisiones claras, aunque en realidad era muy joven. Su marido también trabajaba en la gran tienda de la familia. Y cuando los nazis «cerraron la puerta de nuestro negocio y mancharon las vidrieras y no dejaron entrar a nadie, todo estaba claro. Yo vi que ya no teníamos posibilidades en Alemania. Tenía 19 años. Bueno, así fue que prácticamente nos retiramos».

No hay un motivo para emigrar, decían, sólo porque un chiflado como Hitler embadurne los muros

Nadie del grupo de amigos le creyó a la joven pareja que iban a emigrar. No hay un motivo para emigrar, decían, sólo porque un chiflado como Hitler embadurne los muros. «Pero nosotros no nos dejamos desistir», se acuerda no sin orgullo. «Mi marido dijo: «Vamos a tomar nuestro autito y veremos la opinión de otras personas sobre nuestra situación.» Y así fueron a Italia. „Vivíamos allí junto a otros judíos alemanes en una pensión y les preguntamos, qué es lo que ellos harían en nuestra situación.» Les preguntaron, si debían esperar hasta que la situación en Alemania se tranquilice. Y todos gritaron, «¡No, eso no va a mejorar nunca!» Entonces primero volvió a Berlin con su marido. Todavía se acuerda claramente que entretanto la apariencia de la ciudad había cambiado mucho. «Las calles estaban llenas de banderas con la svástica colgadas y en todos lados decía «Prohibido para judíos». En ese momento ya se imaginó vívidamente, cómo sería si ella se quedara en Berlin. Vendieron todas sus cosas lo más rápido posible y trataron de convencer a la familia de emigrar también: a los padres, a la hermana y a la abuela. La hermana de su padre había mandado una llamada para todos desde Buenos Aires.
«Bueno, no había nada que se nos pusiera en el camino para emigrar.»

Los argentinos no le pusieron obstáculos en el camino. Al contrario

Pero a la abuela no pudieron convencerla. Aún hoy Inge Wolf se enoja cuando piensa en esa terquedad. «¡Eso fue un drama!. No quería bajo ninguna circunstancia atravesar las grandes aguas, porque «las aguas no tienen vigas», decía. Y ahora tiene que sonreír porque un año más tarde también su terca abuela arribó a Buenos Aires. Cuándo fue eso exactamente, de eso no se puede acordar bien. Pero esos hechos hoy no tienen ninguna importancia. Pero sí se acuerda bien de sus sentimientos. Le costó mucho partir, porque tuvo que dejar atrás su buena vida en Berlin. Una vida en la buena sociedad de Berlin, con bailes y excursiones en los fines de semana y el muy amado trabajo en el negocio. Pero siendo una persona práctica, antes de la emigración hizo un curso de corte de modista en Alemania y al poco tiempo tuvo un negocio propio. Los argentinos no le pusieron obstáculos en su camino. Al contrario. «La Argentina fue nuestra salvación» dice y lo dice con toda la convicción y con una cara radiante. «Bueno y por eso me siento prácticamente Argentina».