Toggle Menu

HANNA GRÜNWALD

Todos los lunes durante 25 años viajaba con las otras chicas del lunes a San Miguel, al Hogar Adolfo Hirsch. Siempre arreglada, siempre con lápiz labial haciendo juego con la blusa y el saco, según la temporada. Ahora las chicas del lunes desde hace unos años viajan sin su compañera y amiga Hanna porque algún día tenía que terminar. Fue un poco antes de cumplir 95 años y era mayor que la mayoría de los residentes de los que se ocupaba. No ir al trabajo de ayudante voluntaria le costó muchísimo. «San Miguel siempre fue para mí como un segundo hogar.» Pero ya hace algunos años de esta despedida.

© Tim Hoppe

© Tim Hoppe

Desde hace mucho tiempo que tenía el deseo de trabajar como ayudante voluntaria en San Miguel, pero su marido Fritz siempre estaba en contra. «El quería que yo estuviera en casa cuando él volvía por la tarde. Pero cuando Fritz falleció, le encargué a una conocida que preguntara si podía ir. Los responsables me dijeron que yo era demasiado vieja . Pero más tarde sí que querían que yo fuera.»
Cuenta, como la halagó y que no pudo resistir de comentar frente a la administración que entretanto no había rejuvenecido. En ese momento había cumplido 70 años.

En el hogar se encontró con personas que conocía de antes, hasta algunas personas que había conocido en Alemania. Por ejemplo con Otto Halbrich, al que siempre le gustaba visitar. Él había ido al colegio en Worms con su hermano Ludwig.

«Lo sabíamos, había que irse»

Hanna Grünwald, nacida en el pueblo de Bockenheim en la ruta del vino con el nombre de Hanna Mayer el 11 de agosto de 1905 huye junto a su marido Fritz y su hija Renate de dos años en octubre de 1938, porque los nazis les hicieron la vida imposible en Alemania. Ella recuerda que su padre estuvo mucho tiempo en prisión preventiva. Había denunciado a nazis despotricando contra los judíos. Después de 1933 eso fue razón suficiente como para encerrarlo. El hermano de Hanna pierde su licencia de abogado con la toma de poder de los nazis y su marido Fritz, que es comerciante, pierde sus representaciones. No, una vida en Alemania después de 1933 era imposible, dice. «Lo sabíamos, había que irse.»

Cunde el miedo a la guerra

Pasó tanto tiempo y sin embargo se acuerda exactamente de la nerviosidad cuando el cónsul argentino después de un largo ir y venir finalmente confirma las llamadas y ellos quieren ir a bordo del buque de la compañía de navegación francesa en Hamburgo y el buque no está. Cunde el miedo a la guerra. Al principio viven en la casa de un tío en Hamburgo y luego en la casa del cuñado en Düsseldorf, «esperando ver qué es lo que va a pasar.» Luego todo se precipita y huyen en tren a la casa de un primo en Luxemburgo. «Ese fue el día en que Chamberlain estuvo en Munich y se pensaba que estallaría la guerra.» Hanna Grünwald tiene una buena memoria. Se acuerda de todo como si hubiera sido ayer. Así es que también se acuerda de lo desesperados que estaban, porque no sabían cómo llegar al buque. «Era una gran confusión». Hasta que su marido Fritz viaja a Amberes. Y en efecto, el vapor sale de allí rumbo al puerto de Le Havre. «Tienes que venir inmediatamente a Amberes», le dice a su mujer por teléfono, «el vapor sale esta noche. Te vengo a buscar en la estación». Pero cuando la joven madre llega a la estación con la niña en el brazo, él no está. Le deja una noticia y va sola hacia el buque. Hoy le gusta contar, como siguió todo, porque todo terminó bien. Cuenta cómo él llegó corriendo a toda velocidad. „Se sube a la escalera del barco, suena el timbre y el barco parte». Se acuerda que ellos eran los únicos pasajeros y se ríe cuando se acuerda. Pero en aquel momento el escenario debía tener algo atemorizante. Pero en Le Havre el buque se llena hasta el último lugar. «Y así fue que viajamos a la Argentina». La joven pareja no tiene idea de lo que les espera en el país sudamericano. Pero gozan de la travesía.

Su hermano Ludwig en ese momento ya vive en Buenos Aires. Una suerte para el resto de la familia porque él puede hacer venir a casi todos los miembros. Al principio todos viven en la misma casa. Pero luego de un tiempo la convivencia se hace cada vez más difícil. Al mismo tiempo la situación económica mejora. El marido de Hanna vuelve a tener representaciones.
Las cosas marchan bien.

La menuda mujer nunca sintió rencor contra Alemania

Después de la guerra Fritz puede revitalizar sus contactos comerciales en Alemania. La menuda mujer nunca sintió rencor contra Alemania. Sus contactos siempre fueron buenos. Inmediatamente después de la guerra les manda paquetes care a un matrimonio amigo, «no eran judíos». ¿Pero volver? No tiene que pensarlo mucho. Se acuerda del miedo que tenía de todas esas caras, cuando estuvo la primera vez en Alemania. «Ese es el miedo que una todavía tenía dentro.» Pero ese miedo pronto ya no va a jugar un papel en su vida. La hija mayor estudió en Alemania, se quedó allí y entretanto hace mucho que tiene una familia propia, pero Hanna estableció su vida en la Argentina. Pero igual siguió siendo alemana.
La Asociación Filantrópica Israelita es parte de su vida igual que las tardes de bridge con sus amigas o la familia argentina de su segunda hija con tres hijos y los seis bisnietos.
Y el trabajo en San Miguel fue una cosa suya exclusivamente. Por así decirlo, su segunda vida argentina.
«Cuando yo la iba a visitar el lunes a una de las residentes y esta se alegraba, el día valió la pena. Entonces yo tenía la sensación de haber logrado algo. Los lunes siempre volvía contenta a casa.»

Hanna Grünwald falleció en Buenos Aires el 19 de enero de 2005 a la edad de 99 años.